Cristo murió en un invierno
como
los árboles mueren
y en
primavera gozosa
renacen
a nueva vida
para
ofertarnos sus dones.
Fue de madera su lecho
y su
cruz fue de madera
como
también fue la copa
en
que mojaron el pan
durante
su última cena.
Fue la madera en su vida
-por
su padre, carpintero-
ese
amigo con que juega,
sea
caballo o madero.
Sintió en su niñez astillas
que
atravesaron sus manos,
porque
quiso así sentir
a
qué sabía el dolor
cuando
le vendiera su hermano.
Era de madera su mesa
y
también el taburete
en
que su humilde comida
para
todo el que se acerca
con
todo su amor ofrece.
Y hoy son de madera los bancos
en
que esperamos su vuelta
cada
vez que en el sagrario
vemos
su llave puesta.
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