Quise
encontrar un tesoro
cuyo valor perdurase.
Busqué por montañas y bosques
me adentré por ríos y valles.
Vi
un viejo tronco de encina
justo a la vera de un río,
donde las truchas saltaban
bajo un cielo puro y limpio.
Tenía
grabado un letrero
y, entre sus letras borrosas,
juntos tu nombre y el mío,
como la espina y la rosa.
Temblando
estaban mis manos
cuando rozaron tu nombre,
grabado sobre aquél tronco
no sabía cómo ni dónde.
Aquellas
letras mostraban
el camino del tesoro.
Eras tú, ya lo sabía.
Sólo por eso te adoro.
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