Me miraba el pobre niño
que su hambre retrataba
mientras sus manos, en silencio,
migajas me suplicaban.
Fui duro de corazón
y, con un nudo en la garganta,
seguí con mi diversión.
Aquel niño, ¡qué importaba!
Él insistía, callado,
confiando en mi respuesta.
Tal vez estaba esperando
algo de amor… una muestra.
Intuyendo su presencia,
más sin mirar a los ojos
de aquél humilde despojo,
del bolsillo saqué la diestra.
Por un azar del destino,
mi cartera cayó al suelo
derramando ante su vista
billetes grandes y nuevos.
Con un mecánico gesto,
como sin darle importancia,
agachóse como pudo
y me dio mis pertenencias.
Sin esperar un gesto
mío,
sabiendo -quizá- la respuesta,
se apartó del camino
y se dirigió a la feria.
Mi mirada le siguió
hasta perderlo de vista.
Después encogí los hombros,
mostrando mi indiferencia.
Otro pobre encontré
cruzándose en mi camino.
También a este lo aparté
con otro gesto mezquino.
Y, al llegar hasta mi
casa,
Cerrada con candados de oro
conté y reconté mis tesoros
dándoles mil y una vuelta.
Más, en un gesto
atolondrado,
un candelabro derribé
y se cayeron las velas,
prendiendo un fuego alocado
que devoró en un instante
muebles, billetes y telas.
Y así me vi en el
camino,
con el hambre retratada
mientras, con la mano extendida,
algo de amor mendigaba.
Muy bueno. Cosas del destino. En un mundo cada vez mas desigual. No se para que crean tanta pobreza si despues no saben que hacer con los pobres o no los quieren. Porque no le dan educacion, vivienda digna, buena salud, dejan de explotar los recursos naturales y se acaba el problema
ResponderEliminarGustavo: la ignorancia conduce a la esclavitud, aunque las cadenas no sean visibles.
ResponderEliminarLamentablemente quienes podrían hacer algo por implantar un sistema educativo de calidad se dedican a apuñalarse de una u otra forma.
Como decía el recordado Forges : ¡PAÍS!