El molinillo de papel,
enroscándose en el viento,
a la niñez me devuelve,
a la niñez con sus juegos.
Una sencilla piedra
y unas gomas de tirante,
un pedazo de madera
y hasta un viejo cojinete.
Con un simple tirachinas
o una lata abollada,
una chapa de botella
o una estampa arrugada.
Así, con pequeñas cosas
casi de pura chatarra,
yo jugaba en mi niñez,
aquélla niñez añorada.
Hasta un bote de tomate
y una cuerda de bramante,
de teléfono servían
entre dos comunicantes.
Y aquéllos bastones de palo
con una pequeña madera
que, a duros golpes lanzaba.
La paleta y la escampilla.
Otrora el guá, con sus bolas,
que eran de piedra o doradas,
de barro y hasta de vidrio,
con las que bien se jugaba.
"Tú la llevas", yo decía,
si al compañero tocaba
y, éste, a algún otro seguía
y, si podía, alcanzaba.
Con el "falla estatua"
en el sitio me clavaba
inmóvil, y hasta en silencio,
que no sé cuánto duraba.
La cuerda, el aro,
diávolo y patinete,
imágen de tanto recuerdo
que, hoy, a nadie divierte.
Una consola de juegos
y un teclado en una mesa,
han llevado hasta el olvido
aquélla niñez tan bella.
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