Cristo murió.
Ni judíos ni romanos
fueron sus verdugos.
Tuvo la
culpa el labrador
que cuidó del árbol,
antaño ligera semilla.
Fue
culpable el leñador
que, con sus manos,
talló el madero.
Y el herrero,
el forjador,
el minero.
Fuimos culpables
del último al primero
(1993)
Precioso. No creo que haya nada que pueda superar la poesia del alma de nuestro Jesus Nazareno.
ResponderEliminarCelebro que te guste, Paco
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