Me
sabe la primavera
a Pascua florida,
a almendros vestidos de blanco.
Siempre me sabe a vida.
Cuando
despierta el invierno
y la Naturaleza se anima,
cuando se acaban los fríos
y el tibio Sol ilumina
los campos, antes desiertos,
como nueva promesa
que en otoño se olvida,
entonces…entonces
soy hombre nuevo.
Mi alma, mi cuerpo,
como Fénix surgido
de sus propias cenizas,
levanta de nuevo el vuelo,
buscando en el Cielo
renacer
a la vida.
Eres la alerta temprana.
Eres volcán y eres fuego
que, con sus llamas arrasa
quedando en cenizas luego,
para resurgir con la brisa
de tu amor, siempre despierto.
Eres
esa primavera gozosa
que llena los días de vida.
Eres esa margarita preciosa
que, siendo a la par tan sencilla,
alegra los secos campos
y a los yermos ilumina.
Eres
como tú eres
y así quiero que sigas.
Más, debes quererme siempre,
aunque la vida se extinga,
para volver a encontrarme
cuando el buen Dios lo diga.
La
aurora es esa luz
que, en la mañana,
aunque sea hora temprana,
me recuerda que estás tú.
Cada
día despierto temprano,
miro con los ojos bien abiertos
agradeciendo que sea cierto
el tenerte conmigo, a mi lado.
Y
cada día, esa aurora,
testigo de nuestro amor fecundo
que resiste airoso la jornada,
florece, como cada primavera,
haciéndome disfrutar cada segundo
cuando antes nada tuve. Nada
Me
despierto con el alba
y, cuando es primavera,
por las ventanas del alma
me llegan emociones nuevas.
Camino
y recorro camino
y, en ése tránsito a la eternidad,
voy sintiendo lo divino
en toda su inmensidad.
Mi
alma se llena de gozo,
porque cada despertar
es un nuevo desafío,
es otra oportunidad
para ser un hombre nuevo
en búsqueda de la paz.
A
veces me turban mil pensamientos
y mi alma se estremece.
Siento, ¡no sé lo que siento!.
Es algo que, dentro de mí, crece,
renueva mis sentimientos
y, a veces, hasta parece
que intenta mi agotamiento.
Entonces,
pienso en cosas sencillas.
Pienso en la mar, en el viento
que arrastra con él las semillas
y las esparce en mi huerto,
haciendo crecer campanillas,
caléndulas, crisantemos,
claveles y margaritas,
que cubren de color el suelo.
Entonces,
siento que mi alma se libera
y elevo mi mirada al cielo.
Has
hecho, mi Dios, las montañas.
Has hecho los mares y la luna;
prodigios que a la mente engañan,
ciudades en la arena de las dunas…
Has
hecho los ríos que viajan
para morir en el mar o en la llanura,
tormentas que su furia desatan
anegando con sus aguas, sin mesura.
Has
hecho nubes de formas caprichosas
al empuje del soplo de los vientos.
Has hecho cosas tan grandiosas…
Has hecho brotar en mí los sentimientos.
Has
hecho de mí persona generosa,
lista para atender los sufrimientos,
solidario de otras gentes y…entre otras cosas,
capaz del amor, que ahora siento.
Es un feroz día de otoño.
El viento silba, ataca,
mueve las nubes a su antojo
y las vacías calles, antes inquietas,
suspiran por un poco de alboroto.
El
Sol calienta con sus rayos;
en las sombras, el frio se condensa
y los árboles, desnudos van quedando
de sus ropajes de verdor
que más tarde se renuevan.
Yo,
también soy el otoño.
Mis ramas crujen, se quejan
y siento que, cada año, me despojo
de necias vestiduras, de inútiles antojos,
para
quedar a la vista de cualquiera.