Es una dama sencilla,
esbelta y algo espigada.
Sus ojos cubre con venda
y en su mano una balanza.
Se la invoca con
frecuencia.
Siempre podemos nombrarla.
A veces no importa si viene;
por nuestra mano solemos tomarla.
Nos valemos de su venda
e intentamos engañarla.
No es posible convencerla
aunque se quede callada
Somos tan inconscientes,
tan insensatos, tan necios
que, de su ceguera usamos,
en beneficio propio.
Y así, la dama inocente,
esbelta y algo espigada,
que es ahora nuestra cómplice,
moja su venda al llorarla.
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