Vivimos en un mundo de tensiones.
Cualquiera, hoy,
por nada se acelera,
se deja arrastrar
por emociones
o espera, inane,
que todo se resuelva.
Se exigen beneficios por derecho
y de la obligación
siempre se escapa;
hay quien obtiene
buen provecho
mientras otros, de
la vida, nada sacan.
El trabajo, por el sudor, es un
castigo;
mejor tumbarse, no
hacer nada,
dejar todo en
manos de aquél “primo”
seguros de que, lo
que inició, bien lo acaba.
Al final, igual es el destino;
una tumba o cenizas
que, arrojadas
a la mar o al
borde del camino,
no merecen,
siquiera una mirada.
O quizá no. Quizá es idea
equivocada;
el trabajo merece
bien su premio,
la maldad es
siempre castigada,
el honor, la
bondad, son algo serio
aunque no sirven
para nada
a quienes se
mueven sólo por dinero
o hacen, de la
vida, una jugada.
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