Se mueren las
palabras en mi boca
heridas, sin coraza ni armadura
mientras se evaden, presurosas,
impulsadas por oscuros vientos de locura.
Late mi corazón;
en silencio sigue su andadura
y mi alma, atenta a sus silencios,
a pasos quedos, de su silencio se asegura.
El papel, testigo
inerte
de pesares, reyertas, singladuras,
en su alba se resiente
a muerte herido,
si un buen galeno,
de heridas de tal suerte,
no le cura.
Y en la oscura
tumba
donde yacen sin concierto,
entre otras de su misma catadura,
rasgadas, sucias, rotas;
ajenas palabras de amor y de
ternura,
allí, también allí yace mi alma
por el dolor que, tras la muerte,
lejos de cesar, aún perdura.
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