A veces siento rabia…
Me siento impotente, pequeño.
No puedo evitar que se caiga
aquel edificio longevo,
aquélla placeta gozosa
donde se cumplían mi sueños
hoy, por abandono y desidia
hechos escombro en el suelo.
Así se está
perdiendo el pasado.
Pronto, el cemento, los muros,
los cristales y el asfalto
cubren con el olvido
los bienes que nos legaron,
historia viva del tiempo.
Tesoro guardado en vano.
Es la ciudad fría,
triste.
Ningún recuerdo de antaño.
Bloques fríos de cemento,
acero, cristales tintados.
Quizá un nuevo aparcamiento
sobre la jungla de asfalto.
Apenas cuatro
matas verdes,
árboles secos y cardos
en una triste rotonda
o en aquél seto lejano,
donde sólo acuden los perros
para dejar su legado.
¡Cuánto añoro mi
ciudad,
ahora, que soy anciano!
Quisiera recordar
aquéllos días, antaño,
aquélla plaza y lugar
donde, de niños, jugamos.
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