Cuando entré al supermercado
tuve una
gran alegría.
Los
precios habían bajado,
la
calidad mejorado
y, de todo
lo que necesité, había.
Y vi, además, ya les cuento,
que hasta
tuve aparcamiento;
que tan
solo en un momento
llené el
carro de alimentos
¿no
resultó portentoso el día?
Más aún; fueron amables
en el
trato, diligentes
y,
hasta-diría-
que,
desde el primer momento
en aquél
establecimiento
supieron
lo que quería.
Sólo encontré un fallo,
pues
quise comprar rodaballo
más,
fresco , no lo tenían.
Sus ojos
estaban muertos,
secos
como los de un tuerto
y creo
que-hasta-olía.
Así, que cambié de menú
y compré
los complementos
para
hacer un suculento
plato de
arroz con lentejas
que, ya
se sabe, las tomas
o, si no
quieres, las dejas.
Para el postre yo pensaba
en una
tarta ,de fresa
tal vez
nata o chocolate
más, me
llevé la sorpresa
al ver
,en la etiqueta impresa,
su caro
precio ¡un dislate!
Volví la mirada al estante
en que
estaban las cerezas
y me
llevé otra sorpresa
de lo más
acongojante,
pues con
toda mi cartera
mi dinero
apenas era,
para
pagarlas, bastante.
Rota la impresión primera,
tornose
en disgusto la alegría.
Salí de
allí con la cartera vacía
y, lo que
es más importante,
mi compra
hasta daba pena,
pues sólo
una berenjena
tenía
para comer; la cena
era un
pequeño tomate
y, para
desayunar, tenía
un mendrugo
que parecía
un trozo
de papel secante.
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