¡Dios
mío,
qué soledad
la del anciano solo!
En la
mesa,
triste y apartada,
el solitario rincón
es su única compañía.
Y come
y, en cada bocado,
su soledad mastica.
Y piensa...
quizá recuerda su abandono.
¡Dios
mío,
qué soledad
la del anciano solo!
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