La dama,
alegre y desenvuelta,
vierte sobre el fauno
su cristalina agua.
Éste,
entre remolón y enojado
protege su cuerpo
de la tibia caricia.
Cerca,
entre los balcones,
desde ficus y palmeras,
el gorjeo jocoso de las palomas
acompaña el escarceo amoroso
que presta su encanto
al apacible rincón de esta plaza.
Es
increíble;
ni la molicie,
ni el urbanismo,
ni la banca,
han conseguido abatir
el último bastión
de paz urbana
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