Paseando por un parque de Berlín
escuché la melodía de un piano
y una bella canción, que nunca oí,
interpretada por un hombre muy anciano.
Blanco de nieve era su pelo,
cortado al estilo de un soldado.
Le vi tocar con tanto anhelo
que no pude apartarme de su lado.
Era tan triste aquélla melodía
que, hasta el piano me pareció muy desolado.
Hasta las hojas de los chopos no aplaudían
aunque el viento se esforzaba por lograrlo,
hasta las aguas del río no se movían
y mis ojos se nublaban con el llanto.
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