Es un feroz día de otoño.
El viento silba, ataca,
mueve las nubes a su antojo
y las vacías calles, antes inquietas,
suspiran por un poco de alboroto.
El Sol calienta con sus rayos;
en las sombras, el frio se condensa
y los árboles, desnudos van quedando
de sus ropajes de verdor
que más tarde se renuevan.
Yo, también soy el otoño.
Mis ramas crujen, se quejan
y siento que, cada año, me despojo
de necias vestiduras, de inútiles antojos,
para quedar a la vista de cualquiera.
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