Nos
separa un abismo cada noche
que se desvanece con la luz de la mañana,
cuando nuestros labios, cada día, se
ofrecen
los besos que el amor siempre reclama.
El
cálido sol, con sus rayos, nos despierta;
la brisa, perfumes de la mar siempre
derrama
y los sonidos de las olas al romperse
se filtran a través de la ventana.
Toma
la mañana su relevo
a la noche, tranquila y sosegada.
Pronto, los ruidos aparecen
quebrando la paz, tan bien amada.
Pasan
las horas al calor ardiente del estío.
En la mar, tenues brumas se levantan;
se ondulan sus aguas con más brío
y el desierto de la playa pronto cambia.
Saludan
al nuevo día las palmeras,
abanicos de verdor, que siempre guardan
entre el sol y la brisa que las rodea
sus dulces frutos color gualda.
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