No
me gusta revisar
lo que escribo, porque pienso
que al escribir, al crear,
ya sea ficción o cierto,
dejé mi alma vagar
por el papel que, desierto,
pude cubrir y llenar
con más o menos acierto.
Porque
escribí lo que sentía
en aquél preciso momento
en que, en mi mente, había
la magia de algún encuentro
o, quizá melancolía,
tristeza, por haber vuelto
a perder
a quien quería:
a sentirme, ya, tan muerto,
como si fuera ése el día
de volar hacia los cielos,
cabalgando en la utopía
de amores que son eternos.
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