La
Luna estaba en el cielo,
dormidita en un rincón.
Pasó a su lado un lucero
y de ella se prendó.
“Luna,
lunita blanca,
despiértate, por favor,
que soy tu galán Lucero
y enamorándome estoy”.
Abrió
la Luna sus ojos.
Lo primero que vió
fue aquél blanco lucero
que brillaba como el Sol.
Cerró
la Luna sus ojos.
“Estoy soñando”, pensó,
más, al abrirlos de nuevo
junto a ella lo halló.
Sonrió
la Luna a Lucero
y este le sonrió.
Unieron con ansia sus rayos
y, desde entonces a hoy,
pasean juntos la noche
hasta que se despierta el Sol.
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