Me embrujó la mar
y mi alma se vistió
de la espuma de las olas,
que pronunciaban mi nombre.
Sentí la arena
resbalando entre mis dedos,
mientras corría el tiempo
y la brisa, juguetona,
removía tu cabello.
Lejos, un velero
escribía su camino
sobre el horizonte
y las nubes, a retazos,
ocultaban el sol
dando un respiro.
Una gaviota muerta
-ángel caído- sobre la arena
movía torpemente sus alas
empujadas por el viento
y sentí que me dolía el corazón
porque, no sé qué día,
llegaré a perderte.
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