Gozamos
del esplendor de la vida
mientras pudimos.
Nuestros cuerpos se engarzaban
como joyas tan valiosas
que el amor fue perfecto,
porque fue por el amor
que reímos y gozamos.
Nunca
mermó el amor,
porque atizamos su fuego
con besos y caricias
que nos hicieron desearnos
como adolescentes
y respetarnos
como sólo los sabios y ancianos
saben hacerlo.
Así,
cuando llegaron los días oscuros
brilló siempre la ternura,
la compasión que del amor brota.
El dolor no pudo empañar
la felicidad alcanzada
porque el amor es el bálsamo
capaz de sanar las heridas
-aún las más profundas-
y llegar más allá de la muerte.
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