Nos alcanza el rayo de La Muerte,
se quiebra nuestra rama más querida,
el corazón y el alma se revuelven
como fiera que se siente malherida.
Más, nunca podrá La Muerte,
aunque uno se empeñe en maldecirla,
arrancar ése amor que, para siempre,
nos unió en el camino de la vida.
Tal vez, renegamos de Dios por ser culpable
de quitarnos la belleza de la vida,
de arrebatar-en un instante-
el soplo de esa alma que se estima.
Olvidamos que la vida es camino,
no es La Muerte una quimera
sino el aciago destino
que nos devuelve a la tierra.
¡Ay, si no hubiera Cielo!
¿Y si Dios no nos espera?
¿Y si todo hubiera muerto
cuando los ojos se cierran?
¡No!.¡Mi alma no ha muerto!
Hay un buen Dios que la espera
y, entre sus brazos abiertos,
espero la paz eterna.
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