Damas
de velo negro
y nazarenos de guante blanco
en sus manos lucen velas
con luces que van temblando.
Suenan
dos golpes; ¡arriba!
y los costaleros, al paso,
llevan al Cristo que sufre,
clavado en siniestros palos.
Cerca,
unas manos desgranan,
entre sus dedos, rosarios.
Sus labios musitan plegarias
por los que vivimos pecando.
Se
hace la noche oscura;
las velas, de cuando en cuando,
sueltan sus gotas de cera
que van el asfalto regando.
Miro
un instante la Cruz;
el Cristo me está mirando.
Nuestras miradas se cruzan
y, ya, me siento aliviado.
Cuando
aquél Cristo se aleja
vuelvo atrás sobre mis pasos
y entro en la vieja iglesia
que tanto ha he olvidado.
Al fondo, brilla una luz
que va mis pasos guiando.
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